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"La danza emporada"; Diaro El Ojo
"La danza emporada"; Diaro El Ojo

¿El baile es capaz de sanar? Gracias a Kinesfera, una asociación de danza contemporánea para personas con y sin discapacidad, sí. Que nadie se quede sentado.

Texto: Renzo Gómez Vega

Fotografía: David Huamaní

Diario la Republica/02-2-14

       “Alza tus brazos, más alto, más alto. ¿Ya te cansaste? Vamos, tú puedes, hijo”. La clase acaba de comenzar en la parroquia San Damián de Molokai, en la primera explanada del asentamiento humano las Laderas de Chillón en Puente Piedra.

       María está sentada, dándole el biberón a su hijo en brazos, pero no ha perdido de vista ni por un segundo a Hebert, su tercer hijo, quien padece de síndrome de Down. El niño, de 13 años, parece cohibido. No participa de los ejercicios y prefiere jugar con la tiza. Se entiende: es su primera clase.

       Entonces, aparece Urpi Castro, la profesora del taller, para animarlo. “Motor de movimiento: nariz”, acaba de decir Michel Tarazona, director de Kinesfera. El paso consiste en danzar en función a una parte del cuerpo.

Urpi estimula a Hebert inventando mil figuras para ganarse su atención. Luego de unos minutos, su polo empapado de sudor lo ha conseguido: Hebert se para, suelta la tiza y baila a su lado.

       Esta escena se ha vuelto habitual para Michel desde hace siete años, cuando, empujado por una experiencia con desplazados por la violencia en Colombia, decidió fundar Kinesfera, un proyecto que pretende incluir a personas con y sin discapacidad. Y que le debe su nombre a Rudolf Von Laban, un maestro de danza húngaro.

       “El baile no es solamente entretenimiento, genera una transformación en tu vida. Todos podemos bailar desde nuestras condiciones y posibilidades de movimiento”, me asegura Tarazona en un pequeño alto a la clase.

UN SOLO CUERPO

       El salón invita a liberarse. Y a creer en un mundo mejor.   Las paredes están empapeladas con palabras que lastimosamente vamos perdiendo con los años: tolerancia, respeto,  alegría, honestidad, amor. Encima, existe un orden capaz de avergonzar al adulto promedio: espacio de la basura, de los zapatos, del descanso. Aunque el espacio no es tan grande, la treintena de niños, adolescentes y adultos  no pierden el ritmo ni ceden ante el caos.

       “Ahora vamos a ser un solo cuerpo. Posición de contacto”, manda Michel, mientras le da play a un soundtrack de la película francesa Amélie. Los alumnos obedecen y juntan cabezas con muslos, brazos con piernas. La extremidad es lo de menos, lo importante es lo que simboliza.

       Chelcy, una jovencita de 18 años que también sufre de síndrome de Down, es una de las más entusiastas. Y tiene por qué: su mamá Alejandrina acaba de unirse a la sesión.
       “Mi hijita me salió especial, pero es más linda. Siempre quiere darme besos y está siempre conmigo a diferencia de sus hermanos”, me cuenta la señora con orgullo.

       Chelcy, cuyo nombre se debe al equipo de fútbol inglés del que es fanático su padre, posee una gran destreza para ejecutar todos los pasos. De hecho, es hincha de la brasileña Paloma Fiuza y el popular  'Zumba', a quien sueña con conocer algún día.

      “Quiere ir a Combate y conocerlo. Bailar con él sería lo máximo para mi niña”, me  dice alejandrina. Luego de realizar el 'elástico humano', un ejercicio donde los participantes se contornean con bandas elásticas y un estiramiento, la clase, de dos horas, puede decir misión cumplida.  Abajo los prejuicios.

     A Michel Tarazona le fastidian las etiquetas. Hablar de colegios especiales, niños especiales o niños de inclusión es casi un insulto para él. No tiene una tele en casa ni Internet en su computadora. El cambio empieza por él.

       “No sé si soy profesor, bailarín o artista. Soy una persona que se siente bien con lo que hace y que le hace bien a los demás. Eso es suficiente para mí”, celebra.

       Kinesfera ha llevado su mensaje de esperanza a distritos alejados como San Juan de  Lurigancho y Comas y a penales, como San Jorge y Santa Mónica e incluso a países como Francia. Ahora, gracias a la Municipalidad de Lima, se encuentra en Puente Piedra, donde piensan continuar.

       “La danza te conecta contigo mismo, con tu piel, tus raíces. Cuando bailas meditas y cuando bailas con el otro construyes algo”, añade Michel.  Y vaya que lo ha logrado: se ha tumbado a los cuerpos estilizados, de cuellos de cisne y peso pluma para poner a todos a gozar.


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La posibilidad del movimiento
Este articulo es una nota del diario El Comercio.
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